Facultad
de Teología de la USTA/Asignatura: Patrología
Seminarista:
Michael Daniel Cuevas
Bogotá:
22 de mayo de 2015.
Con el Papa
San Agatón, condenó solemnemente la herejía de quienes admitían en Cristo una
sola voluntad (monotelitas).
Este concilio
llego a las siguientes declaraciones:
Definiciones
sobre las voluntades de Cristo.
El presente
santo y universal Concilio recibe fielmente y abraza con los brazos abiertos la
relación del muy santo y muy bienaventurado Papa de la antigua Roma, Agatón,
hecha a Constantino, nuestro piadosísimo y, fidelísimo emperador, en la que
expresamente se rechaza a los que predican y enseñan, como antes se ha dicho,
una sola voluntad y una sola operación en la economía de la encarnación de
Cristo, nuestro verdadero Dios. Y acepta también la otra relación sinodal del
sagrado Concilio de ciento veinte y cinco religiosos obispos, habida bajo el
mismo santísimo Papa, hecha igualmente a la piadosa serenidad del mismo
Emperador, como acorde que está con el santo Concilio de Calcedonia y con el
tomo del sacratísimo y beatísimo Papa de la misma antigua Roma, León, tomo que fue
enviado a San Flaviano y al que llamó el mismo Concilio columna de la
ortodoxia.
Y predicamos
igualmente en El dos voluntades naturales o quereres y dos operaciones
naturales, sin división, sin conmutación, sin separación, sin confusión, según
la enseñanza de los Santos Padres; y dos voluntades, no contrarias - ¡Dios nos
libre! --, como dijeron los impíos herejes, sino que su voluntad humana sigue a
su voluntad divina y omnipotente, sin oponérsele ni combatirla, antes bien,
enteramente sometida a ella. Era, en efecto, menester que la voluntad de la
carne se moviera, pero tenía que estar sujeta a la voluntad divina del mismo,
según el sapientísimo Atanasio (1). Porque a la manera que su carne se dice y
es carne de Dios Verbo, así la voluntad natural de su carne se dice y es propia
de Dios Verbo, como El mismo dice: Porque he bajado del cielo., no para hacer mi
voluntad, sino la voluntad del Padre, que me ha enviado, llamando suya la
voluntad de la carne, puesto que la carne fue también suya. Porque a la manera
que su carne animada santísima e inmaculada, no por estar ivinizada quedó
suprimida, sino que permaneció en su propio término y razón, así tampoco su
voluntad quedó suprimida por estar divinizada, como dice Gregorio el Teólogo:
«Porque el querer de Él, del Salvador decimos, no es contrario a Dios, como
quiera que todo Él está divinizado».
Glorificamos
también dos operaciones naturales sin división, sin conmutación, sin
separación, sin confusión, en el mismo Señor nuestro Jesucristo, nuestro
verdadero Dios, esto es, una operación divina y otra operación humana, según
con toda claridad dice el predicador divino León: «Obra,. En efecto, una y otra
forma con comunicación de la otra lo que es propio de ella: es decir, que el
Verbo obra lo que pertenece al Verbo y la carne ejecuta lo que toca a la
carne». Porque no vamos ciertamente a admitir una misma operación natural de
Dios y de la criatura, para no levantar lo creado hasta la divina sustancia ni
rebajar tampoco la excelencia de la divina naturaleza al puesto que conviene a
las criaturas. Porque de uno solo y mismo reconocemos que son tanto. Los
milagros como los sufrimientos, según lo uno y lo otro de las naturalezas de
que consta y en las que tiene el ser, como dijo el admirable Cirilo. Guardando
desde luego la inconfusión y la indivisión, con breve palabra lo anunciamos
todo: Creyendo que es uno de la santa Trinidad, aun después de la encarnación,
nuestro Señor Jesucristo nuestro verdadero Dios, decimos que sus dos
naturalezas resplandecen en su única hipóstasis, en la que mostró tanto sus
milagros como sus padecimientos, durante toda su vida redentora, no en
apariencia, sino realmente; puesto que en una sola hipóstasis se reconoce la
natural diferencia por querer y obrar con comunicación de la otra, cada
naturaleza lo suyo propio; y según esta razón, glorificamos también dos
voluntades y operaciones naturales que mutuamente concurren para la salvación
del género humano.
Habiendo,
pues, nosotros dispuesto esto en todas sus partes con toda exactitud y
diligencia, determinamos que a nadie sea lícito presentar otra fe, o escribirla,
o componerla, o bien sentir o enseñar de otra manera. Pero, los que se
atrevieron a componer otra fe, o presentarla, o enseñarla, o bien entregar otro
símbolo a los que del helenismo, o del judaísmo, o de una herejía cualquiera
quieren convertirse, al conocimiento de la verdad; o se atrevieron a introducir
novedad de expresión o invención de lenguaje para trastorno de lo que. Por
nosotros ha sido ahora definido; éstos, si son obispos o clérigos, sean privados
los obispos del episcopado y los clérigos de la clerecía; y si son monjes o laicos,
sean anatematizados.
Referencias
Bibliográficas:
Denzinger E,
“El magisterio de la Iglesia, manual de los símbolos, definiciones y
declaraciones de la Iglesia en materia de fe y costumbres” editorial Herder,
Tercera Edición, Barcelona 1963.
No hay comentarios:
Publicar un comentario